“CARGAR EL VENADO”
En
días pasados me platicaban la historia de un hombre que estaba con su pequeño
hijo, sentados en la banca de un parque, conversando sobre distintas
inquietudes del menor, cuando sorpresivamente cuestionó a su padre el por qué
dentro de la misma familia, tenía tíos y primos con una posición económica más
holgada y ellos debían de esforzarse tanto para conseguir el sustento de sus
vidas.
El padre, un modesto empleado orgulloso de su
trayectoria profesional y laboral, observó cariñosamente a su primogénito y sin
vacilar le dijo: "escucha con atención la siguiente historia hijo. Quiero
que la recuerdes toda tu vida".
Había un hombre, a la orilla del camino sentado
en una piedra, bajo la sombra de un frondoso árbol. Se le miraba triste y
meditando cabizbajo. Casi, casi a punto de soltar el llanto. Así lo
encontró su compadre y amigo de toda la vida, quien al verlo en semejante
situación, le preguntó cuál era el motivo que lo tenía así, tan triste y
evidentemente desesperado.
-"Compadre, ¡¡la desconsiderada es mi
mujer!!. Ella es la culpable de mi situación. Algo tengo que hacer
con ella, esto no puede continuar así, no es justo, no me lo merezco, cada vez
que se le ocurre me vuelve a fastidiar mi esfuerzo, el empeño que pongo para
que no le falte el alimento a mi familia".
Sorprendido, el compadre le preguntó:
-"Pero
de qué me está hablando compadre, qué es eso tan grave que hace su mujer,
platíqueme, quizás yo le puedo ayudar a encontrar una solución al
problema".
El compadre después de respirar profundo y
conseguir la calma, empezó su relato:
-"Mire
compadre, usted sabe que somos muy pobres y en mi humilde rancho la única forma
de acompañar los fríjoles es con un pedazo de carne que consigo en el monte
cuando salgo de cacería.
Me
voy con mi escopeta, paso varios días de penalidades, arriesgándome con los
peligros del monte, esquivando víboras y animales salvajes, soportando la
terrible comezón que me producen las garrapatas, los piquetes de mosquitos,
aguantando el frío de las noches que se mete hasta los huesos y luego, por fin,
si la suerte me socorre, logro cazar un venado.
Pero aún así compadre, tengo que cargarlo a mis
espaldas todo el largo camino de regreso al pueblo y subir la cuesta de la loma
hasta llegar a mi casa y todavía no termino de llegar, cuando aparece mi señora
con el cuchillo en la mano e inmediatamente empieza a repartir el venado entre
los vecinos y sus familiares. Que una pierna pa'doña Juana, que otra para
doña Cleo, que este lomito pa'mi mamá, que las costillitas pa'mi hermana, que
esto pa'ca, que esto pa'llá y a los dos o tres días de nuevo sin nada que
comer, y otra vez tengo que salir de cacería.
Pero ya me cansé compadre y estoy decidido,
tengo que ponerle fin a esta situación, algo tengo qué hacer, no es justo lo
que me sucede".
El compadre después de meditar un momento, le
dijo:
-"Ya
sé lo que tiene qué hacer compadre. Invite a su mujer a cargar el
venado".
-"¡¿Qué?!" Contestó sorprendido el
pobre hombre.
-"Sí compadre, llévese a la comadre de
cacería, no le diga las penurias que tiene que pasar para llevar el venado a
casa. No le hable de los caminos empedrados, ni de los mosquitos, ni de
los peligros, ni del frío. Invítela a la cacería para que disfruten
juntos de los bellos paisajes, del esplendor de las estrellas que cobijan la
noche, de los manantiales cristalinos que reflejarían románticamente sus
imágenes, de la graciosa manera en que caminan los venados, como si fueran
bailarines de ballet; del dulce canto de los grillos y pájaros
silvestres. En fin, píntele bonita la experiencia de ir a cazar".
El compadre siguió el consejo y por supuesto la
convenció. Ella, entusiasmada fue con falda larga hasta el tobillo, que
poco a poco se le desgarraba con las púas en el camino; la blusa le quedó toda
arañada, los zapatos se le rompieron por las piedras y las espinas la hicieron
sangrar. El cabello se le maltrató, le quedó tieso como estropajo.
Se le pegaron por todas partes garrapatas y bichos. Las manos llenas de
ampollas y llagas que se le hicieron al abrirse paso entre el espeso monte y
estuvo a punto de sufrir un infarto al toparse con una enorme víbora.
Por fin, después de tantos martirios encontraron
un venado. El hombre sigiloso se acerco a su presa, localizó el blanco
justo para liquidar al escurridizo animal. Con agilidad pasmosa disparó y
el venado cayó muerto. La mujer no cabía de júbilo pensando en que su
sufrimiento había terminado, pero no era así.
-"Ahora
mi amor, quiero que cargues el venado para que veas lo bonito que se
siente", le dijo el hombre masticando con una expresión rabiosa cada una
de sus palabras.
La mujer casi se desmaya ante la mirada asesina
de su marido, pero su desesperación por regresar a casa era mayor y ni para protestar
tuvo aliento.
Cargó el venado en su espalda hasta su
casa. Llegó casi muerta, con las piernas temblando, jadeando y a punto de
reventársele el corazón. No pudo más y tiró el animal a la puerta de su
casa.
Sus hijos y vecinos salieron a recibir a la
pareja de cazadores y acostumbrados a la repartición, gritaron con alegría:
-"¡¡¡Vamos
a repartir el venado!!!".
La mujer, tirada en el piso, hizo un esfuerzo
sobrehumano para levantar la cabeza y con los ojos inyectados de sangre, volteó
a los vecinos y agarrando aire hasta por las orejas, les gritó:
-"¡¡¡El
que toque ese venado, LO MATO!!!".
Al finalizar esta historia, el padre le enseñó a
su hijo la siguiente reflexión.
Para valorar el esfuerzo ajeno y respetar la
real dimensión del trabajo de los demás, todos debemos de aprender a
"cargar el venado".
Muchos tienen riquezas, empresas y comodidades,
porque durante años cargaron muchos venados para llegar hasta donde están
ahora.
Muchos otros, como "la comadre" del
cuento, siempre esperan a que llegue el familiar, el vecino, el amigo, el
conocido o incluso hasta un desconocido con el venado a cuestas, para caerle y
desgarrarlo, sin importar el esfuerzo que les haya costado conseguirlo.
La
experiencia adquirida con el paso de los años nos ha enseñado, que sólo se
valora aquello que se obtiene como resultado de nuestro arduo trabajo, que sólo
cuidamos aquello que nos ha costado esfuerzo, sudor, sacrificio y hasta
lágrimas.
En
ocasiones vemos cómo hay quienes pretenden compartir el esfuerzo de otros,
beneficiando a quienes no valoran ni conocen el verdadero trabajo que cuesta
ganarse las cosas. Cuando eso sucede, eres capaz de defender el fruto de tu
esfuerzo, incluso con tu propia vida.
Para cualquier aclaración, comentario, duda, denuncia o reclamo
sobre esta Columna estoy a sus órdenes en:
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